Arte y Espectáculos

Betania Cappato acerca el autismo a la Berlinale desde una mirada libre e íntima

por Elena Garuz

BERLIN, Alemania.- La cineasta argentina Betania Cappato estrenó en la Berlinale su primer largometraje de ficción, “Una escuela en Cerro Hueso”, una historia personal sobre el autismo contada desde una mirada libre e íntima y que encuentra en las imágenes un lenguaje común.

El filme, inspirado en su hermano, según explica la realizadora a EFE, narra la historia de Ema, una niña diagnosticada dentro del espectro autista, cuyos padres -biólogos- encuentran en una humilde localidad costera, a orillas del río Paraná, la única escuela dispuesta a acoger a su hija cuando debe comenzar la primaria.

En la comunidad de su nueva escuela, Ema puede observar el mundo en silencio y explorarlo a su propio ritmo, en un entorno libre de prejuicios.

La película acompaña delicadamente los pequeños pasos de Ema, que se convierten en grandes momentos mágicos, porque en la vida de las personas dentro del espectro autista puede haber “pequeños momentos”, “despertares”, “pequeñas evoluciones que también significan grandes cambios”, señala.

La realizadora explica que sentía que esta historia “muy chiquitita”, personal, familiar y que ella vivió “desde adentro”, era una película en sí misma y que llevarla al cine podría hacerla conocida, hacerla trascender, y permitir que otras personas se sientan inspiradas por lo sucedido.

Tanto ha sido así, que mucha gente le está escribiendo contándole casos similares, personas que trabajan con chicos autistas, muy interesados en la historia, y también familias que han pasado situaciones parecidas.

El cine se convierte así en un “punto de encuentro” para hacer sentir a todas estas personas que no están solas, un mensaje que busca transmitir su película, afirma.

El cine como punto de encuentro y lenguaje común

“Podemos encontrar un lenguaje común, el cine puede ser un lenguaje común, el lenguaje de las imágenes” que todos pueden entender “más allá de las palabras, de lo verbal”, agrega.

El personaje de Ema está construido en base a la propia experiencia de la cineasta, de la observación de su hermano y no intenta ser un reflejo de lo que significa la condición de autista, sino que constituye una aproximación “más libre” y “desde algo más íntimo”, explica Cappato.

También se inspiró, añade, en algunas de las experiencias que ha compartido con ella un especialista que trabaja con niños autistas y que le parecían “muy cinematográficas” y tenían mucho que ver con la “cotidianeidad”, con “las propias técnicas” que idea cada uno ante los obstáculos y la complejidad del día a día.

La realizadora incorporó en el filme muchos otros elementos de su vida personal, entre los que destacan su relación con los caballos y la naturaleza -la familia de Ema tiene un caballo como mascota, con el que la niña establece una conexión especial, y que da a luz además a un potrillo-, así como su reciente maternidad.

La escuela de Ema -la misma que la del hermano de la realizadora-, un lugar a su vez de “refugio”, es un centro muy pobre en el que estudian chicos de condiciones sociales de “mucha vulnerabilidad” y los niños van ahí también a comer, lo que en su caso “tiene la misma importancia que aprender a leer y escribir”.

Y ese lugar donde falta todo es a su vez el que “más apertura mental, más apertura de corazón” tuvo para acoger a su hermano y donde “nunca nadie se cuestionó si él podía estar ahí o no”, relata.

Tanto en la experiencia con su hermano como rodando la película, Cappato pudo observar que a veces el mundo de los adultos “tiene muchas más barreras y limitaciones” que el de los niños.

Que su hermano o que Ema no hablaran, nunca fue un problema, porque “donde había silencio , donde estaba ese espacio vacío”, los niños lo llenaban “desde el afecto genuino, desde la curiosidad genuina, desde el sentir que realmente querían conectar con la otra persona”, relata.

La pandemia ha obligado a tener otra templanza

Cappato, formada en el documental, espera que su película, que se proyecta dentro de la sección Generation, dedicada al cine infantil y juvenil, pueda “hacer su recorrido” en un año que es “difícil” y en el que la Berlinale “abre esa puerta”.

Con la virtualidad -el festival este año se divide en la parte virtual para la industria ahora en marzo y una cita abierta al público en junio- “se pierde obviamente lo más hermoso que es la calidez, el encuentro”, señala, pero también es la oportunidad de que su película llegue a lugares a los que quizás de otra manera no habría llegado, dice.

Según la cineasta, una de las lecciones de la pandemia es que “nos enseñó a adaptarnos a todo”.

La “locura del covid” arrancó cuando estaba terminando la película y lo negativo fue que todo se encareció un poco y se hizo más lento, pero a su vez supuso que “de repente había más tiempo”, en un mundo, el del cine, donde la gente siempre está corriendo para llegar a una determinada fecha o festival.

La pandemia hizo que eso fuera imposible y “de repente había que tener otra templanza”, algo que supieron aprovechar para acabar de dedicarle todo el tiempo que tenían a concluir el filme, afirma.

EFE.

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